domingo, 14 de septiembre de 2008

Vuelta al cole, o la caída de la tarde

Hoy es domingo 14 de septiembre. Mañana cientos de niños, y de miembros de la curiosa raza mutante a la que llamamos "adolescentes" volverán, al menos aquí en Andalucía al redil de las aulas.
Los niños ya no me acuerdo de cómo se lo toman, a fin de cuentas los míos hace ya unos añitos que dejaron la niñez. Pero si que tengo en casa uno de esos simpáticos seres que hablan con la misma voz que Shaggy (el cobardica de Scooby Doo), y lucen el mismo penacho de pelusillas en la barbilla. Uno de esos ¿niños mayores? ¿o jóvenes pequeños? que se peinan de un modo que yo personalmente calificaría de cualquier cosa menos de bonito, y que se causan verdaderos desastres en la cara cuando se deciden a usar la primera maquinilla de afeitar que les regaló su madrina, por ejemplo.

Sobre éstos estoy mejor informada, porque no sólo tengo al mío, cuento con la inestimable fuente de información de un montón de amigos y un par de sobrinos de la misma camada, y no lo llevan mal del todo.

De hecho están encantados con que Fulanito, que ha estado fuera en verano ya ha vuelto, con que menganita este año está cañón, que le queda bien hasta el uniforme; y con las perspectivas de que mañana ya tienen planeado perpetrar el primer saqueo a la cartera de mamá para irse en comandita a comprar los materiales escolares.

Pero lo que más les afecta a todos es la caída de la tarde. Ya los días son más cortos, la luz es distinta, la brisa ha cambiado de fuerza y de temperatura. Ya no estamos en verano aunque al 21 de septiembre le falte aún una semanita para llegar.

La caída de la tarde en septiembre es un bello momento, es ese sutil cambio de colores y matices, es ese leve empañamiento del aire que lucha entre la nostalgia del calor y el color del verano, y el anhelo del fresco y la acogedora sombra del invierno.

Me recuerda Horus que también yo estuve inmersa en esa ambivalencia entre el deseo del invierno y la pena de despedir al verano, y que aún lo estoy cada año. Y me recuerda que es normal, que siempre se añora lo que no se tiene, y que aunque dé pereza sólo pensar en levantarse mucho más temprano, en contrapartida el curso escolar es el tiempo de la bendita rutina que una vez que nos adaptamos a ella, nos proporciona sensación de paz y orden.

Una cosa más, aunque hay en el año dos épocas de "entretiempo": la primavera y el otoño, quizás sea por mi alergia, pero siempre preferiré septiembre. Dorado, suave, mágico septiembre.

Nos veremos volviendo a casa a la caída de la tarde.

BdS

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